top of page

Entre cuatro cuerdas

Me permití sentir y como una canción en mi violín te dejé fluir.

Estaba acostumbrado a los solos, a tocar para un público con un reflector que nada más me alumbrara a mí, pero que un día se iluminó para ti, con un instrumento de canto grave, queriendo incluirte en la melodía de mi vida. Me dije que no, éramos completos desconocidos, atonales y avanzando a ritmos distintos, pero tu simple respiración era un alegato contra mi egoísmo. De un momento a otro tu nombre atravesaba pentagramas, entre negras te metiste rodeando las blancas y atravesando las redondas, repetías las corcheas y te saltabas los bemoles hasta que inevitablemente la partitura cambió para dos.

Mi

La agudeza con que empezó todo abrumaba, era una casi silenciosa prolongación de la primera nota que ansiaba convertirse en acorde. Este tipo de sonido fue confuso, algunos lo interpretan como miedo, otros como la felicidad en ascenso, en nuestro caso fue incertidumbre, que según como la toque el violinista puede parecer existencial. Armonizábamos, tú sabías qué tocar y yo podía seguirte, fuimos sinceros y nos extendimos hasta terrenos prohibidos para ser la primera cuerda. La melodía se perdía en el color de tus ojos de paciencia anciana y en los vellos de nuestros brazos que pocas veces se rozaron. Pero estaba bien, la canción apenas empezaba.

La

Euforia, no había posibilidad de llegar al Si o al Do sin pasar por aquí, no pude mentirte porque me asustaba que no pensaras los mismo, era un adagio que deseaba ser allegro, pero preocupado de terminar en allegretto. Ah, pero qué felicidad cuando además de tocar me escuchaste, sin necesidad de terminar mi sonata ya sabías qué significaba. Me abrazaste, dijiste que todo estaba bien y entonces adquirimos un andantino dispuesto a dejar que el tempo lo guiara en esa canción infinita e hipotética.

Re

Entonces empezó a llover y sentí que The Happy Farmer no era la ban

da sonora indicada para el momento y por primera vez tocamos algo distinto. No sé bien cómo sucedió pero de un momento a otro el sonido del acompañamiento del piano se hacía tan fuerte que la voz grave que te pertenecía se hizo cada vez más tenue hasta que casi desapareció. Y mientras yo tocaba Mozart tú ya habías pasado a Bach, mientras me encerraba en mi canon tú rasgabas cuerdas en pizzicato y la mía se rompió.

Sol

Tuvo que romperse para comprender que había sido mi culpa, detenerme, maldecir y romper Mi, y seguí con La, pero no pude con Sol. Cuando quise apretar las clavijas, rodar los afinadores y barnizar para encantarte supe que aunque algunas de nuestras notas esporádicamente se encontraban tú ya estabas interpretando otra partitura y la que alguna vez nos unió se olvidó. Tu luz se apagó y el foco de atención había vuelto a mí, pero en cada puesta de sol te recordaría por la belleza del sonido que alguna vez compartiste conmigo.

Nos permitimos sentir pero estábamos más interesados en tocar cada uno nuestra propia canción.

Entradas destacadas
bottom of page