Un efecto colateral
Desde el momento en que el óvulo es fecundado, estamos en constante cambio. Nos desarrollamos en un vientre y pasados nueve meses, o menos, nacemos. De allí en adelante vivimos cambios diarios: obtenemos un nombre, una identidad, un sexo y eventualmente una vida.
Crecemos y poco a poco nos vemos en una inmutable pelea sobre lo negativo y lo positivo que es para muchos cambiar. Debemos afrontar las estructuras de una familia, un colegio, una universidad y un trabajo. En algunos de dichos lugares se nos enseña que debemos actuar de ciertas maneras, vivir bajo determinadas reglas sociales y/o culturales, las cuales, de ser cambiadas, podrían generar un completo tabú.
Sin embargo, cambiar también causa incertidumbre para quien decide salir del status quo: significa romper estereotipos, arriesgarse a ser señalado por no ser como los demás dicen que debe ser y, sobre todo, tener la autoestima y fortaleza necesaria para afrontar un mundo, en donde la mayoría, tiene miedo a los cambios.
Una vez afrontas el cambio, personas cercanas o lejanas te dirán que ya no eres el mismo, que por qué lo hiciste o incluso te negarán su compañía; por el contrario, otras personas amarán que lo hayas hecho, te felicitarán y hasta presentarán nuevas compañías más acordes con tu “nuevo yo”. Será un largo proceso, con momentos buenos y otros no tanto.
Pasarás años intentando identificar cuáles cambios son positivos y cuáles negativos, mientras tanto, vivirás tu vida con los miles de cambios que ella te trae, y con el tiempo comprenderás que los mejores cambios son aquellos que te hacen feliz, pues, después de todo, cambiar es un efecto colateral de estar vivo.