A la sombra de un genio
¿Cómo es la vida del hijo de una gran estrella literaria? Quizá a los hijos de las estrellas de Hollywood les vaya mejor, pues han de vivir en mansiones y con la atención no sólo de su servidumbre, sino también de los medios. En la literatura, donde el éxito de un autor no siempre es equivalente a la fortuna monetaria, o donde este llega varias décadas después de la muerte del autor, el hijo es más bien un ser destinado a luchar contra una sombra que se cierne sobre él.
A diferencia de un actor de Hollywood, a quien la capacidad de actuar se le adjudica, en la mayoría de los casos, a la extroversión; el genio literario se adjudica generalmente al intelecto. Heredar o no la euforia del padre no significa una decepción para nadie; no heredar la inteligencia sí.
A la sombra de James Joyce nació Lucía, en 1907. El padre siempre ocupado en sus escritos le habrá creado cierta antipatía al destino literario, que, por lo demás, no era extraño en su época gracias a figuras como Virginia Wollf, Elizabeth Bishop o Marguerite Yourcenar. Por lo tanto, asumió un destino donde no sería juzgada por su vista bizca, sino por el lenguaje de su cuerpo: la danza.
En esta foto vemos cómo se desempeña en ese camino que le había dictado la vocación y la decepción, causada por el rechazo que despertaba en su madre, Nora Barnacle, y la apatía que causaba en su padre. Sin embargo, hay algo en esta imagen que es diferente a la gran mayoría de fotografías de danzantes: Lucía no sonríe. A decir verdad, ¿qué está haciendo?
Esta fotografía fue tomada en París por alguien de quien no tenemos su nombre. Sólo sabemos que fue realizada en 1929, un año antes de que Lucía fuera diagnosticada con esquizofrenia. En ese sentido, tenemos aquí a una Lucía que está mirando el precipicio. Esta fotografía está en el umbral entre su identidad y su futura locura. Esta casualidad hace increíble la imagen: podemos ver a alguien antes del desastre; y aun así, no sonríe: el desastre ya está ahí.
Antes de ser tratada por Carl Gustav Jung, Lucía Joyce se enamoró del secretario de su padre, quien años más tarde, en 1969, sería el segundo premio nobel de literatura en Irlanda, Samuel Beckett. A pesar de la felicidad que se le presentaba en un futuro con él, la sombra de su padre y la sombra de la literatura arruinaron sus planes. Samuel Beckett la rechazó con crueldad. Le dijo que de la familia Joyce sólo le interesaba James, que sólo quería superarlo a él y nada más.
Ante este fracaso amoroso, sólo quedaba una cosa: danzar. Danzar y olvidar en cada paso a su padre, a Beckett, a su madre. Danzar mientras algo crecía dentro de ella. Y en su mirada perdida podemos ver ese empeño, y en su cuerpo su destreza, que la llevaría a ser una de las grandes promesas de la danza contemporánea; pero también vemos esa necesidad de abstraerse. Vemos una figura solitaria que intenta escapar de la oscuridad, pero que no puede.
Apreciamos un ser potencial, que pudo ser y no fue, que es sólo a medias. Observamos a un ser humano que intenta comunicarnos algo, o a sí mismo, en un lenguaje extraño, moderno, como su padre, aunque no lo hubiera querido así.