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Parada de bus


Miriadna

Llego al paradero cuando no hay nadie.

Atrás, en la superficie de una vitrina, me reconozco y sé que soy otro.

Sé que he sido muchos antes de ser ese que soy ahí.

La calle parpadea y siento que desaparezco por momentos.

Me siento e intuyo que este frío metálico atravesará la espera.

Un hombre emergido de la noche se acomoda en el otro extremo.

La luz de un poste nos señala.

Tras compartir el silencio,

comparto con el desconocido lo que ambos conocemos.

Descubro en su sorpresa la inminencia de un mismo destino.

En la profundidad se asoma una multitud que camina congelada.

Pronto dejaré de ser un individuo para ser sólo un pasajero,

como somos pasajeros todos en la vida,

como fuimos pasajeros en la vida de alguien más.

Una lluvia tenue se cierne sobre nosotros.

Miro al otro extremo para compartir una sonrisa.

También la lluvia es efímera.

Y todo es poco frente al infinito.

¿Qué es aquello que permanece?

¿Tiene valor lo que se fija en la historia si esta desaparece algún día?

¿Es la vida la diversión de una inteligencia longeva?

Acurrucados en sus sillas, veo a los otros cuando me desacurruco de mi silla.

Descubro al otro a través de la ventana todavía en la calle.

Él permanece; yo soy un pasajero.

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