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Un bulevar de historias


Foto tomada de El País

Los bulevares estuvieron relacionados con las fortalezas de guerra en Holanda cuando eran vías de comunicación entre soldados en el exterior con generales al mando en el interior de la ciudad. A medida que pasaron los años, cuando las murallas que dividían el mundo cayeron, se volvieron formaciones de avenidas en las que los habitantes de las ciudades encontraban espacios para realizar sus compras y pasar tiempo en familia. En la actualidad, los bulevares son caminos conocidos de las más grandes ciudades sobre los cuales sus caminantes presumen y celebran. En Cali, por ejemplo, se inauguró el 16 de mayo del 2013 el Bulevar del Río, cuyo verdadero nombre es el Bulevar de la avenida Colombia, el mismo que obtiene de la avenida que recorría antes el sitio.

El objetivo de éste es conectar diferentes puntos de interés turístico y ofrecer un espacio para que los caleños compartan y transitan en bicicleta, objetivos inocentes a lo que realmente ocurre en el sitio.El Bulevar del Río tiene personalidad propia y cambiante. Uno aprende a quererlo, a pesar de lo reciente que es comparado con la historia de las calles que lo rodean, se convirtió sin duda en mi lugar favorito de la ciudad porque de alguna manera sientes que está cargado de magia e historias. Impulsado por estas sensaciones, es como termino recorriendo sus caminos sin falta una vez a la semana; y así es como he aprendido a conocerlo más a fondo, pero nunca lo suficiente como para que deje de sorprenderme. No estoy hablando del Bulevar de diciembre, ese que la alcaldía obliga a adaptarse y soportar ornamentos adversos a su esencia, me voy a referir específicamente al bulevar de cualquier día común, por ahí a las 5 de la tarde, cuando un atardecer colorido lo vuelve el escenario perfecto para una selfie, ahí es cuando ocurre la magia.

Iniciado por una iglesia que ha perdido su propósito, y arrullado por un río que muere, el bulevar se abre paso imponente en el centro de la ciudad para acoger a personajes frecuentes como Julio Ramírez, pensionado, quien fielmente se sienta cada martes y jueves en las bancas que le siguen a la Ermita. Él, de mirada cansada y bigote gris, cuenta que siempre se ha sentado ahí antes de ir a casa, a veces con otros amigos o la mayoría del tiempo solo. Dice que antes jugaba ajedrez en el parque de los poetas, pero desde la llegada del bulevar cree que “la avenida se comió la magia del lugar”; y ahora se siente más atraído por ver pasar personas desde ahí. Lo que no sabe don Julio es que una gran parte de esa magia se la aporta él con la devoción y constancia con la que acude al sitio, como una especie de ritual religioso.

Foto tomada de Cali es Libre

Más adelante, cuando se deja atrás el Puente Ortiz, hay un personaje cuyo nombre no conocen muchos y que yo no me atreví a preguntárselo. El sol estaba casi a punto de desaparecer aquel día y las luces de los faroles ya resplandecían para no dejar que el bulevar muriera con él, pero aquellos faroles tienen también la función de arropar a ciertos artistas que exponen sus obras con el fin de conseguir algunas monedas. “Agh, me ganaron el faro”, dice aquel hombre. Luce desaliñado, con el pantalón más arriba de las caderas y un palo en la mano como de escoba. “Hoy será un día flojo”. Tal personaje decide hacerse tres faroles más allá, deja un vaso en el suelo y comienza a realizar movimientos bien ejecutados con su palo de escoba. Cualquiera podría pensar que se trata de un profesor de taichí u otro arte marcial. No tarda mucho tiempo y se va sin una moneda en el vaso, días después estuvo practicando con una cadena, en el farol que sí le gustaba, pero su vaso seguía vacío.

No faltan los señores que cuando menos piensas se sientan al lado y te avisan: “¿qué hay para hacer?”, con una confianza y seguridad en su voz pero una mirada evasiva. Tú sabes que hay mucho por hacer, pero nada que se adapte a lo que ellos quieren. Funcionaría diferente si la misma pregunta se la realizan al chico dos bancas más allá. La clave es responder “¿cuánto hay?”, y llegar a un acuerdo. Y quién sabe qué otras historias más, todas distintas entre sí, se pasean a diario por el Bulevar del Río, que se convierte en el consuelo de don Julio los martes, un campo de guerra asiático para el vendedor ambulante o un espacio de coqueteo para chicos los viernes cuando cae la noche. La magia de este sitio se la aportan todos los relatos que se cuentan con los pasos que lo recorren. Basta con seguirlos y descubrirla.

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