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Guerra

El dolor recorre mi cuerpo. Abro los ojos y todo está oscuro, aún no ha amanecido; solo puedo reconocer el contorno de varios bultos a mí alrededor.

Intento moverme, me duele mucho más, un peso bloquea mis piernas; tanteo a mi alrededor y confirmo que hay varias personas sobre ellas. Los empujo, deben de despertar. Ansío poder moverme. La fatiga me vence.

La luz duele. Abro de nuevo los ojos y contemplo con horror el paisaje que la oscuridad me ocultaba. Los bultos sí son cuerpos, pero ninguno duerme como yo me lo imaginaba. Sobre mis piernas hay varios cadáveres. La muerte me impide moverme, cada vez que lo intento el dolor es insoportable.

Trato de recordar pero no lo puedo hacer con claridad, todo es muy caótico. Recuerdo voces de alarma, personas corriendo y una explosión. Confirmando mi memoria, el paisaje está lleno de escombros, partes de cuerpos y fierros retorcidos; al parecer el sitio en donde estoy postrado fue el menos afectado.

Las horas pasan, el sol en lo alto incrementa mi suplicio. En estos momentos mi piel arde y se me rajan los labios. La sed aumenta mi confusión, pero mis piernas se niegan a moverse. La luna hace su aparición, al menos puedo constatar que ha pasado un día. Es claro que no llegará ayuda.

Junto al amanecer llega el mal olor. Se extiende y se fortalece. Aparecen las moscas, su zumbido es insoportable. Se posan sobre mis ojos, nariz y boca, pero poco puedo hacer para espantarlas. Asediado por el dolor, la sed, el hambre y los bichos, logro encontrar un momento de calma. Por fin recuerdo las circunstancias anteriores a esta penosa situación. Soy una suerte de soldado, pero no combatía usando las armas, era útil siendo inteligente, planificando para la victoria de mi ejército, pero fuimos blanco de una estrategia ganadora del enemigo; no pudimos hacer mayor cosa frente a ese bombardeo.

Confinado a una tumba que se pudre antes que yo, me doy cuenta de que la guerra solo es buena para quienes la ganan, o al menos para quienes la sobreviven. Los del bando perdedor siempre tendrán la cicatriz de la derrota con ellos, un estigma que les recordará lo que perdieron, lo que no pudieron defender, lo que hubiera sido, claro está, si no pasaron a formar parte de las filas de los muertos olvidados o recordados en masa en actos hipócritas de celebración.

Mi cerebro solo sirve para tener plena conciencia del sufrimiento de este momento. Ninguna fórmula me sacará de aquí, ningún número le devolverá el movimiento a mis piernas y, sobretodo, no existe cálculo que aleje a las malditas moscas.

Cierro los ojos, me resigno, tan solo deseo que las leyendas fueran reales y una hermosa Valkiria bajara del cielo y me llevara, pero recuerdo que ellas desprecian a los que no son héroes y mi posición no tiene nada de gloriosa.

La debilidad gana la batalla y ahora me cuesta abrir los ojos. Sólo deseo morir pronto para dejar de escuchar el zumbido de mis compañeras y por fin dejar de pensar en qué momento sus larvas comenzaran a devorarme.

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