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El pasado ilusorio


Masolino (1383-1440)

¿Alguna vez se han preguntado si Adán y Eva tenían ombligo? De tenerlo, sería vestigio de un nacimiento por parto imposible en el Génesis; de no tenerlo, no serían del todo seres humanos. Ante este debate, fomentado por varios siglos, Philip Gosse publicó en 1857 el libro que lo llevaría a la infamia: Ómphalos: An Attempt to Untie the Geological Knot. Aquí el autor inglés explicaba que Adán y Eva sí tenían ombligo; pero que Dios lo había puesto ahí con la única función de que el mundo fuera lógico a los hombres. Es decir, el ombligo de ambos era una prueba de un pasado ilusorio, de un engaño divino. Las risas y las críticas le llovieron a Gosse de ambos lados: los que creían y los que no.

Un siglo más tarde, Bertrand Russell, premio Nobel británico, partiría de la idea fantástica, absurda e irrefutable de su compatriota para lanzar una hipótesis más compleja, ya no sobre la veracidad del Génesis sino sobre el universo mismo: ¿y si todo fue creado hace un segundo y todo lo que recordamos nunca ocurrió, siendo sólo una invención implantada en nuestras mentes? Es esa la forma en que funcionan las novelas, en las cuales vemos un personaje de unos cuarenta años al que suponemos un nacimiento y una serie de acontecimientos que no están en la trama. También los sueños funcionan de esta forma: estamos en un lugar por primera vez, pero recordamos haberlo visitado por años. Hoy, cuando el pasado parece bifurcarse en el relato confuso de nuestra ascendencia, Gosse nos revela una nueva posibilidad: somos un sueño.

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